Todos quieren un cambio…

Todos quieren un cambio pero nadie quiere cambiar…

Y al final sólo nos queda lo que los demás decidan dar.

¿No sería más sencillo y mucho mejor aceptar

que si quiero un cambio

soy yo quien debe cambiar?

Caminando mi camino

mis cambios decido

con conciencia y cariño

decido que camino camino.

Fotografía y reflexión de Sara de Miguel.

Tumbada en la luna

Y me tumbo en la luna

mirando el césped.

¡Qué mala costumbre que tengo,

dicen, de ponerlo todo del revés!

Peor pienso que sea ponerlo

siempre todo del derecho,

donde se ve igual

y no hay diferentes perspectivas.

Y yo aquí bien cómoda,

en mi mullida luna,

miro abajo y veo el jardín de mi casa.

Mis vecinos, los pueblos colindantes,

las ciudades, las extensas tierras

y los inconmensurables mares.

¡Qué pequeñita soy cuando estoy

tumbada en la luna mirando el césped!

Tranquila, quebrantándome en una sosegada soledad

que me da la mano y me acompaña

en mis excursiones nocturnas

a mi rincón oscuro.

Porque la luna es oscura,

sólo que desde la tierra

la vemos rebosante de luz

porque el sol se refleja en ella.

¡Qué curioso cómo cambian las cosas

cuando uno mismo es el que cambia!

Cuando cambias de posición,

de idea, de entorno y de camino.

Son momentos de cambios.

Todos atesoramos momentos

que de una u otra manera

marcaron un antes y un después en nuestras vidas.

Hay momentos tristes y abrumadores,

como cuando pierdes a una persona que quieres,

y hay momentos inundados de felicidad,

como cuando encuentras tu amor

reflejado en las personas que amas.

La extraña función matemática de la concatenación

de todos esos momentos es el aquí y ahora.

Y si echas la vista atrás,

y te tumbas conmigo un ratito, de la mano,

en la luna a mirar el césped,

podrás sentir como todos esos momentos

conforman tus recuerdos.

¡Es una pena no poder guardarlos todos en la memoria!

Porque parece increíble pero los recuerdos se van.

No sabemos dónde, pero se van… Lentos y discretos.

Y si uno no hace un verdadero esfuerzo por mantenerlos vivos

simplemente se esfuman.

Si piensas con detenimiento en algún momento especial de tu vida

te darás cuenta de que ya no es el mismo momento que fue.

No lo ves nítido, ya no percibes su olor,

apenas oyes aquellas palabras que entonces fueron tan importantes,

todo es borroso y desdibujado

porque todas las experiencias que vivido desde que ocurrió

lo han modificado a la vez que tú cambiabas.

Porque todos cambiamos.

Piensa en dónde creías que estarías hoy, en este instante,

hace un mes,

hace un año,

hace diez años,

hace viente años o más.

¿Te imaginas ser quien eres?

¿Estás dónde creías que estarías?

¿Tu vida es la que concebiste en aquellos momentos?

No significa que quienes somos o donde estamos

sea mejor o peor de lo que hubiéramos imaginado,

pero estoy segura de que es diferente.

Somos como una cometa libre a merced del viento.

Nosotros ponemos las alas y la vida el cielo

y lo surcamos en ocasiones a voluntad

y muchas otras simplemente bailamos entre las nubes

e intentamos que no nos queme el sol abrasador

o no perdernos en las brumas tenues de la noche.

Súbete conmigo a la luna,

yo te enseñaré a mirar el césped

desde mi rincón oscuro

y lleno de calidez

para que no olvides

quien fuiste,

quien eres

y quien quieres ser…

Lo que hacemos cada día IV: experiencia

   Lo habitual es que cada uno de nosotros aprendamos a comunicarnos de una manera informal, esto es, en base a nuestras EXPERIENCIAS. En función de como se comunicaban nuestros padres y otros familiares (o personas con las que nos criamos), nuestros maestros, compañeros de estudios, de trabajo, amistades, etc. vamos aprendiendo conductas concretas de comunicación, y las vamos incorporando a nuestro repertorio básico de conductas. Por poner un ejemplo, una persona que se ha criado en un hogar en el que se grita mucho, suele utilizar los gritos como medio de comunicación habitual. Ello no significa que sea el mejor medio para comunicarse, pero es el que más conoce y que, probablemente, en su entorno, tiene más probabilidades de éxito, y por ello lo reproduce.

   Por suerte, las habilidades de comunicación no son innatas: cuando nacemos la matrona no nos coge y dice “este bebé será un gran comunicador” o “este bebé será un desastre comunicándose”, no es una capacidad que sólo poseen unas determinadas personas. La comunicación es un conjunto de conductas específicas que se aprenden, y por lo tanto, se pueden aprender, desaprender, modificar y mejorar.

   En este punto, siempre que he dado un curso, seminario o sesión profesional, ha habido alguien que ha discrepado con la típica frase (o similar) “Es que yo soy muy tímido, y no voy a cambiar”. Sé que es una gran excusa, pero lo siento por los que os aferráis al hábito de ser tímidos (quien dice tímido, dice torpe, o cualquier otro rasgo de personalidad), porque no os sirve. Somos lo que hacemos. Y lo que hacemos repetidamente son hábitos de conducta. Si yo realizo repetidamente y de manera no consciente ni consecuente una conducta comunicativa (por ejemplo, gritar), considero que esa conducta me define (soy una gritona), sin ni siquiera darme cuenta. Sin embargo, si yo voluntariamente decido realizar otras conductas alternativas de manera constante y consciente (hablar en un volumen normalizado), acabarán por consolidarse en mi colección de hábitos y seré de esa “otra” manera. Eso no significa que sea un proceso fácil, ni mucho menos, pero es un proceso posible y real. Si te esfuerzas en repetir un comportamiento las veces suficientes, finalmente será un HÁBITO y formará parte de quien eres y de lo que haces. Y que conste que esto sirve tanto en comunicación, como en cualquier otro aspecto de nuestras vidas.

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