Habían cientos de candados en el puente.
Todos y cada uno de ellos representaba una promesa de amor eterno entre dos personas. Un amor perfectamente equilibrado entre el cariño, la pasión y la confianza.
Es extraño como en ocasiones la vida da vueltas y giros inesperados y lleva a las parejas a situaciones que, de entrada, nadie consideraría como probables, y sin embargo se presentan y desmontan los compromisos de afecto sempiterno, convirtiendo los sentimientos en algo pasajero y efímero.
Imaginemos una pareja: se conocen, se enamoran y pactan todo un futuro juntos que prevén único, especial y feliz.
Ojalá siempre fuera tan sencillo… Pero podría pasar que uno de ellos conociera a otra persona, y se enamorase. ¿Debería seguir con su promesa inicial? ¿Debería abandonarla e iniciar una nueva promesa con su nuevo amor? ¿Qué garantía hay de que, en tal caso, no pudiera volver a suceder a alguno de los dos que se enamoren en cualquier otro momento de cualquier otra persona?
En todo caso continuar una relación cuando no se ama, es una cárcel de amargura y tristeza.
También podríamos imaginar otro escenario: ambas personas de la pareja se aman, pero uno de ellos decide en esta era de postmodernidad y relatividad de conceptos, mantener relaciones fuera de la pareja con otra u otras personas, sin el conocimiento o aprobación de su compañero o compañera. ¿Debería seguir con su promesa inicial? ¿Debería abandonarla e iniciar una vida más libertina acorde a sus ideales sexuales? ¿Qué garantía hay de que, en tal caso, pudiera encontrar personas adecuadas con las que mantener este tipo de relaciones sin que generase problemas emocionales a nadie?
En todo caso continuar una relación en la infidelidad se transforma en un sinsabor de angustia y culpabilidad, y en un pozo de lujuria desencaminada.
En otra tesitura imaginemos dos personas enamoradas una de la otra. Además ambos creen en la fidelidad (o la infidelidad) en la misma medida. Se compenetran rozando la perfección. Pero nunca se confiesan su amor por falta de confianza en la reciprocidad. E incluso en la mejor de las expectativas al principio de la relación se expresan con frecuencia e intensidad su amor desmedido, pero el hábito y el exceso de confianza hacen que con el tiempo dejen de hacerlo, porque dan su amor y afecto por supuesto. ¿Deberían seguir con su promesa inicial? ¿Deberían abandonarla para volver a valorar los sentimientos que les unieron y les instase a manifestarlos de nuevo? ¿Qué garantía hay, en tal caso, de que no se volviera a repetir en breve la tediosidad de la certidumbre y el consecuente abatimiento del frenesí?
En todo caso continuar una relación en la que se ama y se es fiel, pero no se siente amado acaba matando la ilusión y el entusiasmo.
La ausencia de las palabras adecuadas impediría que esa relación se afianzase y mantuviese el necesario deseo y confianza.
Conclusión: no hay garantías de nada en ninguna relación.
La mayoría de parejas se acaban por falta de amor u amor por otros, falta de pasión o pasión por otros, y falta de sentirse amado. De momento no se ha dado el caso en que una pareja se acabe por exceso de amor, pasión o demostraciones y palabras de afecto.
Mantenerse fiel a uno mismo facilita en gran medida alcanzar la felicidad en pareja o sin ella. Fidelidad a uno mismo en lo que respecta a quien amamos, con quien nos acostamos, en quien confiamos y como demostramos nuestro amor.
Amar, dejar fluir la pasión, confiar y expresar todo ello son las claves para que los candados que las promesas de amor eterno algún día se hicieron no se rompan y acaben vacías, como su reflejo fugaz en el mar.
Fotografía y texto de Sara de Miguel
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