Entre las rocas, varado, me hallo.
Sin esperanza alguna que no sea la de olvidar tus encantos.
¡Pensar que algún día estuve de ti enamorado!
Cuan hermosa es la adoración de quien nos parece todo ternura,
y qué triste la decepción de saber de tus engaños.
¡Recordar que dijiste que me amabas!
Cuánto dolor desgarrado en mi costado
por tus puñaladas viles y egoístas
que no responden más que a tu ambición desmedida.
Dices que era amor cuando tan sólo fui un capricho,
un juguete entre tus manos traidoras y tu alma vacía.
Verte marchar tras haberte dado la mano en los tropiezos del camino,
tras haberte abrazado y cuidado en las peores lides sobrevenidas.
Verte marchar porque has decidido empezar una guerra
en la que dices ser víctima y no eres más que verdugo
sin que mis palabras y mis actos tengan transcendencia alguna.
Me siento triste y desangelado ante tan aciago destino:
el de aceptar que no me amaste,
pues quien ama no daña a la persona amada
por ganar trofeos que al corazón no engañan.
Aquí permanezco, entre el cielo y la arena,
hasta que el tiempo consuma el poco amor que por ti me queda…
Fotografía y poema de Sara de Miguel
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