
Y entonces regresa como cada año la fecha señalada en el calendario.
Vuelve cual tormenta, o tormento, a recordarte que ya no está a tu lado.
Te envuelve poco a poco en las neblinas de su ausencia
te rompe de nuevo en mil pedazos y pierdes la cordura.
Una mano apresa tu corazón herido, destroza tu alma
y no hay palabras para describir la angustia que te atenaza.
Caminas cual etéreo fantasma en un mundo que ya no es el tuyo
recordando cada momento, con recuerdos desdibujados por el tiempo.
Deseas más que nada recuperar su esencia, su olor, su tacto.
Y nada, absolutamente nada, puede aliviar tu tristeza
curar la sangría de pesar, ira e incomprensión por su pérdida.
El nudo complejo de tu pecho te sustrae de tus rutinas
te convierte en su presa, te atrapa en sus redes invisibles e infinitas
te retrae a aquel tenebroso día en que cualquier amanecer se convirtió en tinieblas.
Atrapado en un búnker en medio de la nada,
a kilómetros de distancia de todas las personas que te rodean
porque nadie, ni en su más ilimitada misericordia, puede aliviar semejante tortura.
Y entonces llega el ocaso, y con él se desvanecen los números que te afligen
pero nunca volverá a ser el mismo, ni aunque quisieras.
Y cada día te asomarás al precipicio para mirar a los ojos con auténtico quebranto
a la muerte que se llevo a tu persona amada.
Dedicado a todas las personas que han perdido a una persona importante, irremplazable e inolvidable.
Fotografía y texto de Sara de Miguel.