
Todos los versos que escribo
me salen malheridos.
Será el querer que se escapa
por cada promesa rota en las últimas semanas.
Me voy dejando atrás
todas las semillas de esperanza
que nunca regó tu ansía.
Que huyo, y me escondo, y grito
porque el dolor me atenaza la garganta,
y porque un beso se me queda
atragantado entre la quinta y la cuarta.
Un beso convaleciente, paliativo
al borde de la muerte
al que decidiste,
seguro que con el criterio
de quien es buen conocedor
de los designios del afecto,
no reanimar en caso de taquicardia.
Con este homicidio impune
doy por zanjado el sacrificio
de justificar con la palabra «amor»
arder en la hoguera del infierno
y dejar cadáveres de mi alma
por el aciago camino del olvido
del que, más que cómplice,
soy una rehén involuntaria.
Desarmo mi arsenal de palabras.
Me rindo en prosa y en poesía
hasta dejar deshabitado y en ruinas
mi vergel de futuras biografías.
No te angusties:
de mutismo no se muere nadie.
Sostendré con cariño y en silencio
el corazón que ahora late fuera de mi pecho.
Me lo he sacado para que no duela tanto
al meter las manos y remendar nuestros tormentos.
En algún momento volveré a ser yo:
a brillar como siempre desde dentro.
Sólo te deseo con todo el cariño que me queda
que lo que estás buscando fuera
sea real y no una mera quimera.
