Día cincuenta y tres

Todos los versos que escribo

me salen malheridos.

Será el querer que se escapa

por cada promesa rota en las últimas semanas.

Me voy dejando atrás

todas las semillas de esperanza

que nunca regó tu ansía.

Que huyo, y me escondo, y grito

porque el dolor me atenaza la garganta,

y porque un beso se me queda

atragantado entre la quinta y la cuarta.

Un beso convaleciente, paliativo

al borde de la muerte

al que decidiste,

seguro que con el criterio

de quien es buen conocedor

de los designios del afecto,

no reanimar en caso de taquicardia.

Con este homicidio impune

doy por zanjado el sacrificio

de justificar con la palabra «amor»

arder en la hoguera del infierno

y dejar cadáveres de mi alma

por el aciago camino del olvido

del que, más que cómplice,

soy una rehén involuntaria.

Desarmo mi arsenal de palabras.

Me rindo en prosa y en poesía

hasta dejar deshabitado y en ruinas

mi vergel de futuras biografías.

No te angusties:

de mutismo no se muere nadie.

Sostendré con cariño y en silencio

el corazón que ahora late fuera de mi pecho.

Me lo he sacado para que no duela tanto

al meter las manos y remendar nuestros tormentos.

En algún momento volveré a ser yo:

a brillar como siempre desde dentro.

Sólo te deseo con todo el cariño que me queda

que lo que estás buscando fuera

sea real y no una mera quimera.

3 comentarios sobre “Día cincuenta y tres

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